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Las emociones se desatan. La conquista de la cumbre emociona a José Manuel y saca a la luz al niño que todos llevamos dentro. La dureza de la montaña le hace reflexionar sobre la dureza de la vida y esta reflexión le acerca a los más desfavorecidos en esta parte del planeta, los niños.
Hay algo de regresión a la infancia. La montaña nos convierte en niños porque nos hace seres vulnerables, curiosos y sensibles. Aparece una sensación de fragilidad absoluta después de completar algo que muchos ven como una simple proeza física. Pero la huella indeleble de esa naturaleza salvaje no se produce tanto en el cuerpo como en la mente. También recuperamos la mirada del niño, la expresión boquiabierta ante una belleza desconocida. Finalmente, esa piel curtida por el frío, abrasada por un viento que aún retumba en nuestros oídos, se transforma en una gasa mínima por la que todo se filtra. Ya de vuelta en el campo base entré en mi tienda, conecté la cámara y no pude evitar romper a llorar.
El descenso desde la cima del Himlung fue duro. Un organismo exhausto y una cabeza agotada por la concentración de tantas horas son la combinación perfecta para el accidente. La experiencia te enseña que el verdadero final no está en la cumbre, sino a los pies de la montaña. Es ahí donde se aflojan las defensas y explotan los sentimientos que venían a flor de piel. Sorprendido por ese breve descontrol emocional, revisé más tarde la grabación y entre las lágrimas encontré una mezcla de alegría, susto y agradecimiento infinito a las personas que me ayudaron a cumplir un sueño. Era una voz quebrada por el esfuerzo, un hilo tan fino como el aire que respiraba. La voz de un niño de 48 años.
Gracias a Dios en Nepal hay niños mucho más jóvenes que yo, y que lloran menos. Son seres con una capacidad asombrosa para sonreír en el entorno de pobreza y falta de oportunidades propio de uno de los países más pobres del planeta. Gracias a la colaboración de Hotels VIVA, transporté desde Mallorca el material escolar que pude incluir entre mi equipaje. Mi intención era entregarlo en la escuela de Koto, un minúsculo poblado que se encuentra al inicio del área reservada del Manaslu. Pero las aulas estaban cerradas por la festividad hindú del Diwali, una de las más importantes en Nepal.
Siempre pienso que Dios escribe recto en renglones torcidos. Ese contratiempo me obligó a buscar otro colegio donde hacer la donación, y gracias a ello, conocí el Disabled Newlife Centre (www.dncnepal.org), una institución de acogida para niños con discapacidades físicas en el valle de Katmandú. Allí se alojan en régimen de internado unos cuarenta menores, que reciben educación, cuidados médicos y rehabilitación de manos de una institución que se financia gracias a aportaciones privadas. Uno recupera su fe en la condición humana al comprobar la labor ingente de estas personas en favor de unos seres pequeños de cuerpo, pero grandes de corazón. Estos niños, a los que la vida se lo ha puesto todavía más difícil que a la mayoría de sus vecinos, me regalan la última lección del reto del Himlung: ante la adversidad, siempre más sonrisas que lágrimas.
José Manuel Barquero
TEMAS: EXPERIENCIAS
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