Hemos bajado por penúltima vez al Campo Base. Vamos a tratar de recuperar algunas fuerzas antes del ataque final a la cima del Himlung. Estamos esperando un parte metereológico desde Katmandú que nos asegure una ventana mínima de buen tiempo. Serán al menos dos días más aquí, quizá tres, que se me antojan eternos. Las horas de espera generan un espacio mental demasiado amplio, que a estas alturas de la expedición tiende a llenarse de pensamientos negativos. Uno se acuerda de lo que no tiene, de aquello que echa de menos. Recuerdas las comodidades que no aprecias en el día a día: la calefacción, una cama, una ducha caliente, tu plato de comida favorito… Y cómo no, aparecen los seres queridos: la familia, los amigos, las personas con las que quisieras compartir una experiencia tan brutal como esta.
Han llegado dos italianos que intentaron hacer cima hace un par de días. Uno lo consiguió, pero el otro se quedó a escasos cien metros. Este último aparece con congelaciones severas en la nariz. Al lado de nuestras tiendas está instalada una expedición de surcoreanos. De los ocho miembros solo dos han hecho cima, y uno de éstos tiene un pómulo destrozado por el frío. Y ayer un helicóptero evacuó desde el Campo Base a un alpinista chino con los dedos de las manos muy dañados. Por primera vez… siento miedo en la montaña.
José Manuel Barquero