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Hemos bajado por penúltima vez al Campo Base. Vamos a tratar de recuperar algunas fuerzas antes del ataque final a la cima del Himlung. Estamos esperando un parte metereológico desde Katmandú que nos asegure una ventana mínima de buen tiempo. Serán al menos dos días más aquí, quizá tres, que se me antojan eternos. Las horas de espera generan un espacio mental demasiado amplio, que a estas alturas de la expedición tiende a llenarse de pensamientos negativos. Uno se acuerda de lo que no tiene, de aquello que echa de menos. Recuerdas las comodidades que no aprecias en el día a día: la calefacción, una cama, una ducha caliente, tu plato de comida favorito… Y cómo no, aparecen los seres queridos: la familia, los amigos, las personas con las que quisieras compartir una experiencia tan brutal como esta.
Han llegado dos italianos que intentaron hacer cima hace un par de días. Uno lo consiguió, pero el otro se quedó a escasos cien metros. Este último aparece con congelaciones severas en la nariz. Al lado de nuestras tiendas está instalada una expedición de surcoreanos. De los ocho miembros solo dos han hecho cima, y uno de éstos tiene un pómulo destrozado por el frío. Y ayer un helicóptero evacuó desde el Campo Base a un alpinista chino con los dedos de las manos muy dañados. Por primera vez… siento miedo en la montaña.
Es un temor distinto al de otras ocasiones. Hay un miedo que protege porque ayuda a sobrevivir. Ese lo he sentido colgado en una pared de roca, o en el paso expuesto de una arista, allí donde un mal paso o un agarre equivocado puede costar muy caro. Pero esta vez es un pánico previo a a la ascensión, un miedo que paraliza, que te impide siquiera intentarlo. Ese es el miedo que hay que vencer. Es necesario apartarlo para avanzar, no solo en la montaña, sino también en la vida. ¿quién no ha sentido miedo a dejar un trabajo que no nos satisface? ¿quién no ha experimentado el pavor a dejar una relación, o a comenzarla? Cualquier crecimiento personal o profesional nos obliga a abandonar nuestra zona de confort y penetrar en la incertidumbre. En dos días, quizá tres, nos colgaremos las mochilas de nuevo para derribar paso a paso ese miedo.
José Manuel Barquero
TEMAS: EXPERIENCIAS
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