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El Himlung Himal no es una cumbre desconocida para Barquero. Se habían mirado cara a cara cinco años atrás, y en aquel instante Jose Manuel supo que algún día volvería a plantarse frente a ella y a ascender hasta su cima. Ese momento había llegado. La montaña deseada se muestra lejana, elegante, altiva, como una mujer inconquistable, como un reto que más tiene que ver con el corazón que con las fuerzas. Barquero se enfrenta a la soledad y al frío de las largas noches en el campamento base. Se esfuerza por ocupar la mente y entrenar sus emociones para lo que le espera, una dura ascensión al Himlung Himal.
El reencuentroNos vimos por primera vez en 2013. La miré, y supe que intentaría acariciarla, o al menos acercarme un poco más a ella. El reencuentro ha sido emocionante… porque es hermosa, pero fría como el hielo que la cubre. Ha habido que caminar cuatro días desde el último punto al que se accede en vehículo de motor para tener la primera visión del Himlung. La recordaba así de bella, imponente, pero con menos nieve, y ahora que voy a tratar de escalar hasta su cima me parece aún más alta. Una hora después de abandonar Phu ha aparecido ante nosotros, colosal, majestuosa, con una arista cimera más vertical de lo que preveía.
Al campo base del Himlung se llega después de tres horas de caminata por un sendero tendido que asciende 900 metros paralelo al glaciar del Pangri. Es un camino sencillo pero que comienza a ser exigente por el desnivel salvado y la altitud, rozando los 5.000 metros. Nuestras tiendas están instaladas en una amplia explanada con pasto para las mulas que han porteado todo el equipaje y el material de la expedición. También hay un río cerca, pero no lo escuchamos correr. Mingma, el sherpa jefe, nos confiesa que, a diferencia de otros años, se han encontrado el agua congelada desde el primer día que instalaron las tiendas. No es un buen presagio porque quiere decir que ha empezado a helar varias semanas antes que el invierno pasado.
Si el campo base del Everest es una pequeña ciudad en la que se llegan a juntar más de mil personas, el del Himlung es un asentamiento rústico para tres o cuatro expediciones como máximo. Aquí no hay wifi, ni un bar con música, ni ninguna de esas comodidades difíciles de imaginar a esta altitud. Cenamos a las seis y media, y hasta las ocho podemos permanecer en la tienda-comedor, la única que dispone de una pequeña estufa para caldear el ambiente. Después nos esperan casi doce horas por delante, cada uno en la soledad de su tienda, con una temperatura en el interior por debajo de cero grados cada noche, hasta que amanece y desayunamos. Tanto tiempo de oscuridad genera demasiado espacio en la cabeza, que hay que tratar de llenar con pensamiento positivos, como esa imagen tantas veces soñada del reencuentro con el Himlung.
Jose Manuel Barquero
TEMAS: EXPERIENCIAS
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