Barquero, con el cuerpo magullado, escribe desde el aeropuerto de Katmandú, ya de vuelta a Mallorca. En su piel luce las marcas que la montaña le ha grabado a hielo y fuego. En su mente y en su corazón descubre marcas más profundas y de una intensidad desconocida para él. Se siente un hombre nuevo.
He perdido nueve kilos en poco más de dos semanas. Tengo congelaciones leves en las yemas de los dedos, y la nariz y el lado derecho de mi rostro están abrasados por el viento gélido de la cima del Himlung. En unos meses se me caerá la uña del pie que hoy aparece negra por el golpe de una piedra en la bajada. Todas estas pequeñas abolladuras en mi chasis corporal compensan con creces la experiencia física y mental más intensa de mi vida. Uno regresa a casa con menos peso, pero cargado de vivencias que perdurarán en mi memoria mucho más que las magulladuras.
La alta montaña transforma para siempre el concepto interior de necesidad. Lo imprescindible es el agua, el alimento, el calor y el oxígeno. El resto forma parte de la evolución de nuestras condiciones de vida, y de un consumismo que parece no tener fin. Lo único que pides a 7000 metros de altura es no temblar como una coctelera, y aire suficiente en tus pulmones para poder moverte. Todo lo demás desaparece de tu perspectiva inmediata. Estas son las necesidades físicas, porque el corazón también reclama su sustento. En esas horas largas en la oscuridad de la tienda es cuando añoras a los seres queridos, y uno quisiera ese abrazo que la montaña nunca nos dará. Las comunicaciones no han sido fáciles desde el campo base, y he percibido la angustia al otro lado del teléfono satelital por la falta de noticias.
Hace cinco años vi una montaña hermosa y tuve un sueño. Hoy, gracias a la ayuda de Hotels VIVA, ese sueño se ha cumplido. La expedición al Himlung ha sido un reto físico y mental, por supuesto, pero también ha constituido un proceso de exploración personal intenso y profundo. A una montaña como el Himlung sube una persona, y en cierto modo baja otra. Uno comprueba su capacidad para empujar su límites más allá de lo imaginable, para derribar los miedos y sobreponerse a las adversidades. Pero también se toma conciencia plena de las debilidades, de nuestra finitud y de la extrema vulnerabilidad ante una naturaleza grandiosa.
Pienso en todo esto sentado en la sala de espera del aeropuerto de Katmandú, a punto de embarcar de vuelta hacia Mallorca. Me siento afortunado por haber vivido esta experiencia, y por haberme cruzado personas en mi vida capaces de entender un sueño como éste, y ayudarme a hacerlo realidad. Personas como Pedro Pascual, presidente y fundador de Hotels VIVA, un hombre que ha tenido que escalar en la vida varias montañas de 7000 metros. En los últimos tiempos le ha tocado enfrentarse a una de 8000, que estoy seguro también superará. Con todo ello aún le han quedado tiempo y ganas de empujar mi pasión, y además hacerse sentir próximo en la distancia himaláyica. Como tantas personas queridas que estos días se preocuparon por mi. Gracias a todos por compartir mi sueño.
José Manuel Barquero